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domingo, 9 de diciembre de 2007

Capítulo Uno: La Leyenda Comienza

Fortino Delgado no podía creer la terrible noticia. Su padre, Noel, había muerto de un ataque masivo al corazón, justo el día de su cumpleaños. A los veinte años y sin mucha familia, tuvo Fortino que llevar toda la carga, desde los preparativos para el funeral, hasta el finiquito de las deudas y todos los asuntos pendientes de su padre. El asunto más difícil fue el de la miscelánea – que más adelante se relata.

Su padre había sido un hombre bueno, pero su gran defecto fue haberle dado rienda suelta a sus vicios: la comida y la bebida. Como buen yucateco, gustaba de tertulias varios días a la semana – en las que llenaba su vientre de fajitas de venado con achiote, sopa de lima, salbutes, cochinita pibil y otros manjares de la región. Gustaba del ron con soda como bebida acompañante y del xtabentún como postre digestivo.

Ya hacía muchos meses que a Noel Delgado le había advertido el médico que tenía que cambiar de vida. Sus sedentarios días al mando del negocio familiar – la Miscelánea Mérida – se le iban en ver el televisor y soplarse la cara con un abanico, mientras supervisaba a Conchita, la diligente cajera, quien realmente atendía el negocio. A Noel lo que le gustaba era estar a la espera de sus amigos, que llegaban a la miscelánea de cuando en cuando, a conversar con él de cualquier cosa.

Pero Noel no cambió. Al contrario: cuando le dijeron que su colesterol estaba en 350 puntos y que su presión arterial rebasaba los límites aceptables en 50%, inmediatamente decidió que viviría sus últimos días disfrutando de los placeres comestibles. Las amistades, la tertulia, la comida y la bebida – de eso consistía la vida de Noel.

Durante esos meses Fortino llegaba tarde a su casa, después de las clases en la Escuela Estatal de Educación Física, para encontrar a su padre tendido en su sofá favorito, conversando con Chepina, su madre, mientras tomaba su Bacardí con Yoli. Chepina era a la vez una bendición y una maldición para su padre: bendición porque entendía perfectamente lo que él necesitaba y era cariñosa y condescendiente con él; maldición porque sabía cocinar el mejor queso relleno que jamás se haya degustado y tenía un sazón inigualable que daba a todos sus platillos calidad de auténticos y delicados manjares.

Sentía Fortino rabia, pues había intentado llevar a su padre a caminar, a cortar el césped, a acompañarlo a las sesiones de deportes que tenía como práctica cada semana en las escuelas primarias de la zona. Pero su padre simplemente no tenía el más mínimo ánimo para la actividad física. Fortino sabía que no le duraría mucho, y sabía que él y su madre no tendrían a Noel con ellos por mucho tiempo.

Así llegó el día y Fortino tuvo que hacerse cargo de todo. El plan original era celebrar su cumpleaños con sus compañeros de generación de la Escuela Estatal de Educación Física, pero al acudir a las oficinas de rectoría, donde le pasaron la llamada de su desconsolada madre, tuvo que salir corriendo a su casa.

El velorio pasó y, ya descansando su padre en la paz, pudo Fortino concentrarse en planear la vida suya y de su madre.

Chepina siempre se mantuvo alejada del negocio de la miscelánea, pues era tradición de la familia de Noel. Supo de lo mal que iban las ventas en los últimos años y de que Noel había tenido que recurrir al crédito y a un competidor para continuar surtiendo la Miscelánea Mérida. Lo que la consoló siempre fue que el negocio había pasado por malos tiempos antes, en todas las generaciones, para siempre salir adelante. La vieja casa en el centro histórico de Mérida era un activo inapreciable que siempre había logrado apuntalar el negocio familiar. Era una propiedad muy codiciada y precisamente unos días después del fallecimiento de su marido se estaba enterando de qué tan codiciada.

Recibieron Fortino y su madre a dos caballeros que habían llamado telefónicamente para solicitar una reunión de negocios con ellos. Llegó Maberto Rodrazo acompañado de Tiburcio Trinquetes, su abogado. Les contaron con todo detalle cómo Noel Delgado había acudido al Sr. Rodrazo al quedarse sin créditos para poder comprar suministros, luego de que su miscelánea quedó muy dañada tras la inundación de hacía cinco años. Noel ofreció el terreno y construcción de la miscelánea como garantía para una línea de crédito con el negocio del Sr. Rodrazo: Bodegas del Ahorro. Maberto Rodrazo aceptó la garantía, la cual se haría efectiva en tres casos: si Noel fallecía y quedaba un saldo igual o mayor al valor catastral de la propiedad, si Noel dejaba de comprar al menos el 50% de sus productos a Bodegas del Ahorro durante más de un mes o si Noel acumulaba cuentas vencidas más de 90 días. El caso que, como era evidente, se acababa de cumplir era el primero.

Como herederos de Noel Delgado, Fortino y Chepina habían adquirido la obligación y debían firmar la entrega de los activos mencionados en el contrato. Chepina casi se desmaya de la impresión y Fortino aprovechó aquello para pedir a los señores que los dejaran solos y que le permitieran estudiar el contrato y presentarse con ellos al día siguiente, en las oficinas de Bodegas del Ahorro, para discutir y finiquitar el asunto. Tiburcio Trinquetes extendió su mano hacia Chepina y le entregó un fino pañuelo de seda color turquesa, para luego estrechar la mano de Fortino. Simplemente dijo "lo esperamos mañana a las diez en punto" y salieron ambos por donde habían llegado.

No podía dormir Fortino aquella noche y tuvo Chepina que traerle dos vasos de leche tibia – descremada, como a él le gustaba – para tranquilizarlo. Pensó en lo triste de perder el negocio familiar de tantas generaciones. Pensó que debía hacer hasta lo imposible por salvarlo. La única esperanza era llamar a su buen amigo Carlos Slender. La familia Slender tenía dinero y quizás podría pedir prestado lo necesario para evitar perder el negocio. Sería penoso pedirlo y tendría que pasar años pagando deuda, pero era mejor que perder el mayor tesoro de la familia de su padre.

Fortino explicó a su madre el plan y salió de su casa a la media noche para buscar a Carlos, previa llamada telefónica que despertó a su mamá – doña Lencha. Acordaron reunirse en los tacos de Don Ramón, que permanecían abiertos hasta entrada la madrugada. Llegó primero Carlos, pues sabía que algo terrible ocurría y sentía aún pena por la muerte del padre de su mejor amigo. Apreciaba mucho la amistad de Fortino, pues fue precisamente él quien logró que bajara de peso, al diseñarle una dieta y rutina de ejercicios adecuada. Esto le permitió conquistar a Soraya, su amor de la vida y heredera de la fortuna de los Jobit. Los Jobit eran una familia de reposteros, originalmente del medio oriente. Tenían reposterías por todo Yucatán. Si algo agradecía Carlos a Fortino era el apoyo que le dio para hallar dentro de sí mismo la fortaleza para transformarse en el hombre de los sueños de Soraya.

Fortino llegó jadeando. Se sentó en un banquillo, después de saludar a Don Ramón. Don Ramón le sirvió tres tacos de bistec con todo, como siempre. Carlos escuchó todo el asunto con mucha atención. Luego dijo: "creo que podemos convencer a Bodegas de que pagar el monto del adeudo constituye cumplimiento del contrato. Estoy seguro que te podemos prestar la suma." Fortino abrazó a Carlos. Quedaron de verse a desayunar muy temprano con el Sr. Slender, para confirmar todo.

Con indigestión por tanta leche tibia y tacos al carbón, se levantó Fortino temprano al día siguiente para llegar puntual al desayuno. El padre de Carlos era un hombre de dimensiones impresionantes. De casi dos metros de estatura, anchas espaldas y rubia complexión, era imposible que no llamara la atención dondequiera que se encontrase. Escuchó pacientemente, sobándose la barbilla durante toda la plática – como solía hacerlo siempre que ponderaba algo. Al final del relato de los muchachos, sonrió ampliamente y dio la bendición a su plan. Le deseó suerte a Fortino para su reunión de las 10:00 y se retiró a encontrarse con sus amigos en el café de enfrente.

Carlos acompañó a Fortino, a petición de éste último, a la cita con el Sr. Rodrazo. Cuando llegaron a las oficinas de Bodegas del Ahorro y se anunciaron, fueron recibidos por una guapa secretaria que los condujo a una sala de muebles muy finos. Ahí les ofreció café y galletas y les pidió que esperaran a que llegara el Sr. Rodrazo.