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domingo, 26 de octubre de 2008

Cerca - Lejos

Y es que entre más cerca se tiene algo, más difícil es verlo.
Mejor fue verte así, desde lejos, y con tiempo de sobra.
Después de tanto observar y pensar y pensar y pensar, me di cuenta de todo lo que había, todo lo que tuvimos, juntos los dos, y todo lo que dejé ir.
¿Por qué será que nos pasa ésto?
Pareciera que éste es el movimiento natural de las cosas... acércate, aléjate para ver bien, ya que viste bien, acércate de nuevo para continuar... pero ¡Ah caray! regresar ahora resulta imposible, porque aunque ya viste bien y sabes perfectamente cómo hay que continuar... no te quieren de regreso; porque mientras uno estaba lejos observando, la vida seguía ocurriendo, y siendo como el mundo no gira alrededor de uno (aunque uno a veces piense que sí) pues estamos cegados ante el resto del movimiento, y para cuando queremos regresar, el panorama es uno completamente distinto.
Ruego, espero, suplico, que para cuando yo regrese al menos queden los restos de aquel final, restos de dónde agarrárme para seguir creyendo, tener esa pequeña prueba feaciente e indiscutible de que no lo soñé, de que todo eso entre nosotros en verdad existió.
Lamento que haya tenido que ser así, que me haya tenido que alejar para verte bien, para verlo todo con mayor claridad, pero más lamento que la puerta tenga otra chapa para cuando yo estuviera listo para regresar.
C'est la vié...

martes, 21 de octubre de 2008

Una Reina



El tiempo seguía pasando. Voltee a mi derecha: al menos 10 personas viendo el suelo, platicando en voz baja, ojeando una revista o simplemente guardando silencio, impacientes. A mi izquierda un grupo del mismo o mayor tamaño que el anterior, todos platicando y volteando hacia la puerta del consultorio cada 10 segundos, con la esperanza de ver algo, lo que fuera.

Todos esperábamos noticias de alguno de los que se encontraban adentro, ya fuera el doctor, el papá, la mamá, la abuela… quien fuera, pero nada sucedía. Así transcurrieron los minutos, los cuales, poco a poco, se fueron convirtiendo en horas.

Un pequeño grupo bajábamos de vez en cuando para fumar un cigarro afuera, o para buscar a los que todavía faltaban de llegar; bueno, al menos suponíamos que estaban en camino.
Salió Marco un momento, pálido, con los ojos hinchados, claramente cansado y angustiado; nos comentó muy rápido que aunque Sylvia había llegado con trabajo de parto, aún no dilataba lo suficiente, así que lo más probable era que la iban a mandar de regreso a su casa hasta nuevo aviso (yo supuse que por “aviso” se referían a que las contracciones se incrementaran o algo así).
Por fin, los últimos integrantes de la comitiva (que ya constaba alrededor de 25 personas) llegaron, sólo para recibir las noticias de que aquella noche no iba a pasar nada.

Un tanto desilusionados por ésta información, nos dispusimos a organizarnos para ir todos juntos a cenar; vaya, era viernes, no nos íbamos a regresar a las 10 de la noche a dormir a nuestras casas… En fin, acordamos que pasaríamos a cenar tacos a La Parrilla Suiza, lo cual a mi me pareció excelente, dado que yo vivía tan sólo un par de cuadras más adelante del lugar.

Marco y Sylvia se dirigieron de regreso rumbo a Sayavedra, hogar de la preocupada y ansiosa mujer que próximamente se convertiría en madre. Nos despedimos con unas sonrisas un poco forzadas, le suspiramos a los papás palabras de aliento y les reiteramos que en cuánto hubieran noticias, nos lo hicieran saber, ya que estaríamos “al pie del cañón”, como siempre.

En fin, llegamos a La Parrilla Suiza alrededor de las 10:30 p.m. y aunque había bastante gente, los meseros pudieron juntarnos 4 (o tal vez eran 5) mesas para poder sentar a todos los comensales. Había esa noche un paquete especial en el menú, donde podías pagar $99.00 e ingerir todo lo que pudieras. Algunos optaron por este paquete, otros, como yo, preferimos ordenar algo más adecuado para nuestros pequeños y delicados estómagos (si el lector me conoce, se dará cuenta que estoy siendo bastante sarcástico) y pedimos también, por supuesto, un par de cervezas para evitar que algún alimento se atorara por ahí.

Después de pagar, le pedí a mi amigo Arturo que me llevara a mi casa, puesto que mi carro se encontraba en el taller y no lo había podido sacar ese día. Llegué a mi casa, entre cansado por esperar tantas horas y un poco desilusionado, pero seguro de que en algún momento me iba a tocar presenciar el nacimiento de la tan esperada niña Elizabeth; digo, de verdad tenía que salir del cómodo vientre de su madre tarde o temprano… esto me animó un poco, y tras leer un par de poemas de Cardiología del Alma me dispuse a dormir.

Alrededor de las 9:35 de la mañana del sábado 18 de octubre del 2008 escuché a mi madre gritar por tercera vez (las primeras dos pensé que eran parte de un sueño) “! Carlos, te llama Arturo por teléfono!” En ese momento yo seguía muy dormido, como en estado de zombie (seguro muchos de ustedes conocen la sensación) así que cuando levanté el auricular y lo coloqué junto a mi oreja (el teléfono inalámbrico en mi habitación está justo arriba de mi cabeza, lugar estratégico para no tener que moverse en caso de una llamada de este estilo) lo que me decía Arturo entró y salió por el otro oído. Recuerdo pedirle que me lo repitiera, y entonces entendí algo como “Güey, ya nació la niña, ¿dónde has estado? Llevo buscándote desde las 8…” Mi primera respuesta fue una frase ya convertida en un clásico entre mis amigos: -No me chingues…- “Es neta güey, ya vente para acá…” En fin, le di las gracias como pude y colgué el teléfono.

Me levanté, tendí la cama, comencé a guardar la ropa limpia de las tinas a toda velocidad, hacía todo tan frenéticamente rápido que me golpeaba con los muebles mientras lo hacía, y es que mi madre jamás iba a acceder que saliera yo de nuevo al hospital sin cumplir antes con todas mis tareas del hogar; sin embargo, mientras guardaba las calcetas en un cajón y me machucaba la mano al cerrar otro, había un sentimiento que me perturbaba, me di cuenta que era frustración y tal vez hasta enojo; ¿cómo era posible que haya yo sido el primero en llegar al hospital la noche anterior y hoy no haya alcanzado a llegar siquiera unos minutos antes de que naciera la niña?? Era ridículo, y sin embargo había ocurrido.

Me atraganté un omelette, pan tostado y café y esperé a que mi padre pudiera darme un aventón a la agencia para poder recoger mi automóvil y, entonces sí, salir rumbo hacia el hospital.

De aquí a que logré poner un pie en el primer escalón del edificio de maternidad del Hospital Español pasaron aún más acontecimientos que hicieron mi travesía desde satélite todo un safari, pero para ya no alargar esta historia más de lo debido, lo resumiré en que a un gran porcentaje de la gente en la ciudad de México debería negársele el uso del automóvil, ya que en lugar de acortar el tiempo en las distancias recorridas, causan caos y terror vial, además de contaminación de smog por los motores no verificados y también contaminación de ruido, por los cientos de claxonazos.

Por fin, estacioné mi automóvil cruzando la calle que está enfrente de la entrada del Hospital, crucé el puente peatonal y caminé hacia el ala de Maternidad. Se encontraban ahí Gato (Michel), Roberto y una amiga de éste último, sentados en los escalones. Me informaron que el doctor se encontraba hablando con Sylvia y Marco, ya en su cuarto de reposo, y que podríamos pasar a verlos cuando saliera.

Entré a la habitación y debo decir que me impresioné bastante por lo que vi: donde yo esperaba encontrar a una mujer cansada, pálida y con pocas ganas de mover un dedo, encontré a la que creo es la mamá más fuerte que haya visto; todo el color correspondiente en su cara, sentada en la cama, saludándome y con una sonrisa que irradiaba orgullo y felicidad. Sylvia estaba como si nada, definitivamente Marco, a su lado, se veía mucho peor.

Conocida ya en toda el ala de maternidad como “La mamá chiquita”, me di cuenta de que trataban excepcionalmente bien a Sylvia; sí, algo tenía que ver que estábamos en un muy buen hospital, pero aún así, el personal se comportaba excelentemente bien.

Sin embargo, la espera fue aún mayor, ya que me enteré de que no iban a sacar a la bebé de los cuneros para llevarla al cuarto donde estábamos todos hasta las 3, y era escasamente la una. Ni hablar, platicamos en el cuarto mientras seguía llegando más y más gente. Le llevaron algo de comer a Sylvia, quien lo ingirió debo decir no con el mayor ánimo del mundo (todos sabemos que la comida de hospital jamás ha tenido buena fama) pero aún así comió al menos la mitad; el hambre ayuda con la comida insípida a veces.

Pasó el tiempo, charlábamos, reíamos, hacíamos imitaciones… hasta que por fin; alguien llamó a la puerta del cuarto, y segundos después de que Marco dijo “adelante” entró una enfermera de unos 40 años de edad, pelo negro y corto, de unos 160 cm de altura cargando lo que parecía ser un tamal de cereza, de esos color rosa que te sirven con pasas y un boing de mango.

Cuando Sylvia tuvo, después de tan larga espera, a su niña a su lado, mirola con unos ojos que me enternecieron el alma, una sonrisa que calentaba todo el cuarto; hacía mucho que no veía a una mujer tan despeinada como en ese momento se encontraba Sylvia, y sin embargo, era también la mujer más hermosa que había en la habitación y probablemente en todo el hospital.

Inmediatamente se escucharon “awws” por aquí y allá, y volaron las cámaras fotográficas, todo en un revoltijo de movimiento, flashes aquí y allá, los papás, abuelos, tíos, todos buscando un mejor ángulo; mientras entre la madre, el padre y la recién nacida hija, el tiempo debía estar pasando muy lentamente.

Por fin la tuve cerca, por fin, después de tanta espera, pude conocer a Elizabeth Velasco Flores, con su vasta cabellera negra, sus grandes manos, su cara color rosa mexicano y unos cachetes igual de grandes que los de su mamá. Entonces por fin, exhalé; fue una exhalación de alivio, de gusto, de increíble felicidad, como si hubiera estado conteniendo el aire a la espera de esta minúscula criatura que me sacaba la lengua, durante los últimos 9 meses. Había nacido la hija de mi amigo, mi casi hermano, Marco, ese pequeño cabrón que nos había dado una sorpresa inesperada hacía alrededor de 9 meses, y que no pudo sino llenarnos de gusto a todos.

Él es como mi hermano, por lo tanto Eli, como le decimos de cariño, es como mi sobrina.

Yo era por fin, oficialmente, tío de una Reina.